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2016Espejo negro
Su padre intentó por todos los medios comunicarse con él. Su madre decía que el Señor lo había querido así. Le diagnosticaron a los dos años una patología del neurodesarrollo, síndrome de Asperger. Sus sinapsis seguían sus propias reglas y no conectaban con estímulos exteriores. Tenía un coeficiente intelectual que superaba los 175, dentro de la inteligencia excepcional. Le gustaban los test, las pruebas, detectaba algoritmos complicados en minutos. A los siete años ya tenía en casa material electrónico suficiente para crear sus propios programas y se movía por la red como si fuera una extensión de su cerebro. La red no era humana, era su elemento, solo bites sin sentimientos. Sin saberlo actuaba bajo el principio de que la conciencia era un paso en falso en la evolución humana y las emociones sólo servían para sobrevivir: hambre, sueño, miedo…¿qué eran los sentimientos?.
Su padre estaba empeñado en que viviera en el mundo exterior, en que interactuara con gente real y lo obligaba a ir con él por la calle, a los parques, a espectáculos públicos. El niño actuó según sus leyes. Sólo se movía por emociones tecnológicas. Activó el programa de bloqueo personal que había desarrollado, apretó el botón en su iPhone y nadie volvió a ver a su padre en el mundo real. Cuando se apagó la pantalla, el niño vió su cara en aquel espejo negro y no la reconoció.
Fotografía: Andrzej B Gawrylczyk / Texto: Lukas Reig